Atención al mercado
Atención al mercado,
que es mi vida!
Cuidado con herir
A los pescados!
Ya a plena luz, entre las traiciones
de la red invisible del anzuelo
por mano de pescante pescador
fallecieron, creían
en la inmortalidad
y aquí los tienes
con escamas y vísceras, la plata con la sangre
en la balanza.
Cuidado con el queso!
No vino aquí sólo para venderse:
Vino a mostrar el don de su materia,
su inocencia compacta,
el espesor materno
de su geología.
Pero ríe el tomate a todo labio.
Se abunda, se desmaya la delicia
de su carne gozoza
y la luz vertical entra a puñales
en la desnuda prole tomatera,
mientras la palidez de las manzanas
compite con el río de la aurora
de donde sale el día a su galope,
a su guerra, a su amor, a sus cucharas.
Vino una vieja, un hombre pequeñito
una muchacha loca con un perro,
un mecánico de la refinería,
la textil Micaela, Juan Ramírez,
y con innumerables Rafaeles,
con Matías y Pedros y Matildes,
con Franciscos, Armandos y Rosarios,
Ramones, Belarminos,
con los brazos del mar y con las olas,
con la crepitación, con el estímulo
y con el hambre de Valparaíso
no quedaron repollos ni merluzas:
todo se fue, se lo llevó el gentío,
todo fue a boca descendido
como si un gran tonel se derramara
y cayó la garganta de la vida
a convertirse en sueño y movimiento.
Termino aquí, Mercado. Hasta mañana.
Me llevo esta lechuga.
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