Para destacar, lo bonito, bien equipados y cómodos que son los baños.
El servicio, lento, desatento... otra vez chicas, otra vez clientes abandonados, buscando asistencia con la mirada. La comida tarda MUCHO, pero MUCHO de verdad y uno se entretiene parándose y curioseando en los alrededores.
El menú fue diseñado por Luciana López May y se anuncia con bombos y platillos, pero no hay nada destacable en él. Pedimos un menú infantil ($52, pollo grillé con papas fritas, gaseosa y helado de Nesquick). Un sandwich de Brie, jamón crudo y rúcula ($46) que prometía higos y no los trajo, en un pan duro que lastima el paladar y acompañado con NADA, ni siquiera unas hojitas para alegrar el plato. También pedimos una ensalada Caesar que de Caesar no tenía nada ($50) nueces? desde cuando este emblema americano las lleva? pollo hervido en tiritas? lo mismo que las nueces... en fin, nada del otro mundo. Al postre no llegamos porque temimos tener que quedarnos a dormir. La panera es sencilla pero con ricos bollitos saladitos y unos sconcitos de hierbas muy tiernos. Además de un untable con queso crema. De todos modos, no justifica los $8 de cubierto al mediodía en un mantelito de papel.
Se lo nota frecuentado por vecinos y habitués que reservan mesa por teléfono.
Mi puntaje: 7
Boulevard Saenz Peña 1400, Tigre
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