Hubo un cambio desde q abrieron, pasaron de las semillas y el extremismo a un suave menú de corte sano, sabroso, interesante, sin perder la esencia pero haciéndose amigables para un público más amplio, entre el cual me cuento. La locación es preciosa, paredes rayadas, combinadas con desgastados, una ventana enmarcada desde la cual se puede ver trabajar al cocinero, una linda barra y detallitos abandonados "casualmente" por acá y por allá, como los cajones antiguos de bebida y el triciclo de la puerta.
La puesta es sencilla pero efectiva, con separación entre las mesas, servilletas amplias y buen nivel general. El servicio es atento, dispuesto a ofrecer detalles sobre la comida, solícito y bien vestido. Están en los detalles, como el pan casero que llega tibio a la mesa, y el dip a base de berenjena y ajo, delicioso.
No trabajan línea de gaseosas, así que acompañamos la comida con limonadas, una común y otra de arándanos (un poco agrias). De entrada nos trajeron un gazpacho fresco y tomatoso. De los principales de mediodía, probamos una tarta de cebollas, queso y hongos, en masa brissé que estaba espectacular, acompañada generosamente de verdes. El otro plato era pollo a la mostaza, con arroz trabajado como risotto y finas láminas de hinojos. De postre: banana con dulce de leche, chocolate y nueces.
Precio del menú ejecutivo: $48
Mi puntaje: 8
Caseros y el parque.
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